Pérdidas gestacionales… Lo que hubiera hecho…
No sé ni por dónde empezar, aunque sí sé a dónde quiero llegar…
Resulta que a mis hijos hace bastante tiempo les conté que antes de que naciera el primero de ellos había estado embarazada de otro bebé, pero que había muerto chiquititititito cuando aún estaba adentro de mí. Así que de inmediato exclamaron emocionados que tenían otro hermano. Y pues sí, efectivamente uno se nos adelantó y está en el cielo esperándonos por allá para cuando nos toque colgar los zapatos…
Ahí se quedó asunto y entonces, ellos simplemente decidieron renumerarse para incluir a su hermano y obviamente, de vez en cuando se encargan de explicarle a la gente que en realidad son cuatro… Cuestión que saca de onda a más de uno… A algunos porque no pueden creer que yo haya sido “tan imprudente” de haberles contado a niños “tan pequeños” “esas cosas”, y a otros, porque se quedan paralizados intentando “articular la palabra correcta”… Sin embargo, los niños no están esperando nada, sólo están compartiendo con sencillez una realidad. ¡Tenemos taaaanto que aprender de ellos!
Me parece fascinante lo fácil que les resulta a los niños descubrir y acoger el milagro de la vida. Ellos honran la vida sin importar los días de existencia, el tamaño o las capacidades desarrolladas al momento de la muerte… Para ellos está clarísimo: si estaba embarazada, ese bebé dentro de mí era su hermano, no importa si murió días o meses después de la concepción. Lo tienen tan claro que:
* Lo primero que me preguntaron fue que si era niño o niña… Cuestión que nunca supe; y de hecho, me hubiera gustado saber. Sin embargo, en esos momentos estaba bastante afectada, tanto, que ni se me ocurrió solicitarlo cuando acepté que hicieran el análisis para saber las causas de la pérdida.
* Como saben que sus nombres los teníamos elegidos desde que su papá y yo éramos novios, un día el mayor me dijo: “Entonces, si hubiera nacido mi hermano grande, yo me llamaría como el mediano, él como el pequeño y éste, ¡pues tendría otro nombre!”… Nunca lo había pensado, pero pues ya que lo dice, sí que la situación sería diferente… De hecho, ¡mucho más diferente de lo que él piensa! Pero como el hubiera no existe… Ni para qué moverle, ya que no me imagino sin alguno de mis hijos…
* Finalmente, preguntaron que dónde estaba enterrado su hermano… Esa pregunta sí que se me clavó y me abrió una herida que ya traía… ¿Cómo es que no se me ocurrió o no me atreví a pedir que me lo dejaran ver para despedirnos o que me lo dieran para enterrarlo?… No sé… En realidad, tras el diagnóstico y el inicio del aborto espontáneo, me conformé con someterme a los “procedimientos médicos” que me iban indicando, sin cuestionar ni preguntar prácticamente nada… Fui como cordero al matadero… Lo que sí recuerdo es que me quedé shockeada cuando el doctor, tras la cirugía, me dijo algo así como: “Fue bastante difícil porque estaba súper agarrado (implantado); pero, bueno, ya te limpiamos perfecto y seguro pega otro pronto y ya no tendrás problemas”. Frío y desatinado el comentario bien intencionado; pero, bueno, no tenía ni fuerzas ni ganas de comentar el punto…
Así pues, en resumen, nunca pregunté cuáles eran los protocolos ni los procedimientos. No pregunté si podía ver a mi bebé, y menos, si me lo podían dar… «Supongo” que “supuse” que así se “suponía” que debía de ser… Es increíble el poder que tiene una bata blanca para enmudecer e infantilizar a quien no la tiene… No recuerdo qué pensamientos exactos cruzaban por mi mente en ese instante, pero sí recuerdo el dolor que sentía, el enojo ante la sensación de “injusticia” de perder a mi hijo tan “deseado” mientras nacían o se “deshacían” de tantos “no deseados”. Sólo quería dormir y despertar de un mal sueño para que al abrir mis ojos todos me dijeran que todo iba bien, que nada de esto había pasado…
Pero sí pasó. Unos días después, me empezó a perturbar la idea de que mi hijo hubiese terminado junto con el resto de desechos hospitalarios… Quisiera retroceder el tiempo y no puedo… Quisiera que mis hijos no me cuestionaran frecuentemente las mismas preguntas: Por qué no preguntaste qué era, por qué no lo viste y por qué no lo enterraste… Porque efectivamente, quisiera saber qué era, quisiera haberlo visto y quisiera haberlo enterrado… Pero, el hubiera no existe…
Así que, ¿saben qué?… He llegado a la conclusión de que tenemos que reclamar el derecho de ver y enterrar a nuestros hijos no nacidos para despedirnos y despedirlos dignamente. Cierto es que sus vidas fueron extra cortas, pero fueron vidas reales. Ellos existieron y nos hicieron ser madres… Por tanto, a quien así lo desee, se le debe garantizar el poder despedirse de su hijo, sin importar el tamaño ni la edad gestacional que tuviera. De hecho, esto para muchas mujeres sería de gran ayuda para afrontar el proceso natural de duelo y poder llegar más fácilmente a la aceptación de la pérdida… Además de que culturalmente ayudaría a concientizar a la sociedad respecto al valor de la vida humana de la persona desde el momento de la concepción.
Habrá quien sí pregunta y exige sus derechos, pero para las que en esos momentos llenos de tristeza profunda y de confusión ni se nos ocurre preguntar y menos pedir, por ley se debería dar a conocer todas las opciones posibles al firmar el consentimiento informado, ya que para cuando piensas: “hubiera”, ya no hay vuelta atrás… Cuando valoras la vida desde el momento de la concepción, cuando estás abierto a la vida y cuando deseas quedarte embarazada, una pérdida gestacional por más temprana que sea, te enfrenta a un duelo que requiere ser transitado hasta lograr sanar las heridas provocadas para poder salir renovada y fortalecida.
Por otra parte, cuando “te pasa” se cae un velo y resulta que “a miles” de personas cercanas “les ha pasado”. Descubres de golpe que más o menos a 30% de las mujeres sufren un aborto temprano, incluso imperceptible y otras cuantas pierden a sus bebés en etapas posteriores y tú ni enterada… De golpe te cae el veinte de que embarazarte y dar a luz un hijo no es así de fácil como lo pintan, realmente en esos momentos fácilmente te das cuenta de que la vida es un don, un milagro.
Por lo anteriormente mencionado, considero que se debe fomentar el hablar abiertamente de las pérdidas gestacionales tempranas. Éstas deben de dejar de ser un secreto, por el bien de las mujeres, de las familias y de la sociedad. La muerte es parte de la vida, nadie muere si no vivió. Así que hablar de éstas es hablar de la vida, tanto de su grandeza como de su fragilidad, de su valor infinito y de su trascendencia. Asimismo, es reconocer nuestro ser social interdependiente necesitado de apoyo continuo, en las buenas y, especialmente, en las “malas”. Necesitamos ser más empáticos y crear redes, que rían con nosotros y que nos aplaudan cuando toque, pero que también nos sostengan y relancen cuando estemos cayendo en picada…
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Luz Ma Dollero
Tienes toda la razon en lo que dices.
Acada hijo debe darse su lugar. Por muy corta que sea su vida.