Polillas en casa

Hace un tiempo les quería compartir una situación en la que como mamá te sientes orgullosa de tu hijo: Resulta que un día entro a la casa directo a empezar la típica rutina cena – baño – cama; y en algún momento, entre esto y aquello, mi hijo mayor se acerca y me dice: “Mamá, ¿qué crees? Iba caminando y sin querer choqué con el marco de la puerta y que se rompe solito”. La verdad, le respondí: “¿Sin querer… o lo pateaste? O sea, ¿cómo que se rompió solito?” E ipso facto contestó: “Noooo, en serio, ni siquiera fue fuerte y se rompió”. Entonces yo, entro en estado de autocontrol: mmmmmmmmm, respiro profundo, cuento hasta un millón y digo: “A ver, ¿dónde fue?”.

¡Me lleva! Y efectivamente se había hecho un hoyo en la parte inferior del marco de una puerta. A simple vista se veía extraño y se sentía como si la madera se hubiera convertido en papel, sin esfuerzo alguno podía romperlo enterito. No obstante, con tantos gastos que habíamos tenido era impensable cambiarlo por el momento. Así que decidí hacer las paces con el marco (que yo creía podrido) y el hoyo.

No me cayó nada en gracia la noticia, especialmente porque acababa de celebrar que por fin habíamos logrado arreglar unas grietas ocasionadas por el temblor y unas humedades terribles. Sin embargo, lo que me encantó de este hecho fue la honestidad de mi hijo, quien sin mentir se acercó a contarme directamente y sin rodeos lo que había sucedido. Esto lo valoro mucho más de lo que se imaginan, ya que justo intento dar pie a que así sea. De hecho, una de mis metas es nunca perder su confianza, que sepa que me puede contar lo que sea, sea “bueno, malo, regular, un acierto, algo irrelevante, o bien, una metida de pata” … Obviamente, en este caso, fue necesario clarificar que en realidad él no había sido el responsable de que se rompiera, sino que el marco estaba en mal estado y que había que cambiarlo.

En fin, hasta ahí se hubiera quedado la historia acaecida hace aproximadamente dos meses… Sin embargo, vino una pareja a tomar un curso psicoprofiláctico Lamaze, y pues, de casualidad, al despedirlos salió el tema de que con las casas nunca acabas de tenerlas bien, que siempre hay algo por arreglarles, como, por ejemplo, cambiar el famoso marco de la puerta. Él, sólo con verlo, me aseguró que tenía polilla. ¡Casi me da el tramafat!!!! Pero en mi ilusa ignorancia esperaba de todo corazón que no fuera cierto.

Así que al día siguiente llamé al carpintero de confianza, que es buenísimo, pero famoso, y por ende no me pela, para rogarle que me rescatara. Obvio, esto para él es una pérdida de tiempo, un micro trabajo ridículo comparado con las obras que atiende, y me dice: “Híjole, voy a intentar ir en 5 días, pero por mientras con un desarmador levante el marco y sáquelo de su casa”… Y ahí va la ingenua de mí, esperando que no hubiera ni un bichito, a levantar el marco. Dado que nunca había visto una polilla, dudaba ser capaz de reconocer si había alguna. ¡Pero, créanme que bastó levantar un milímetro para ver un planeta entero de bicharracos asquerosos devorando mi marco, subiendo y bajando por las carreteras y túneles que habían construido!!!!!… ¡Por poco me da un infarto!!!!!!…

Regresé el marco a su posición original, autoconvenciéndome de que había sido una alucinación. Tal vez ahora que lo volviera a levantar ya no habría nada. Pero ¡noooooooooooooooooooooooo!!!! Aparecieron más y más y más y más y más y más. De hecho, daba la impresión de que se multiplicaban a la infinita potencia para atacarme por importunarlas. Unas de las polillas empezaron a perder el equilibrio y caían al suelo, las demás se alocaron y entraron en pánico al ver mi cara de “no va a salir ni una viva de aquí”… De pronto, sentí que empezarían a invadir toda mi casa a modo de venganza. Seguro para la noche me vería obligada a dormir en el suelo porque se habrían comido mi cama.

Entré en pánico y corrí por el súper poderoso Raid Casa y Jardín olor a eucalipto. Levanté los restos del marco o más bien del barniz que habían despreciado los bicharracos y arranqué lo más que pude. No sé cuánto Raid quedaba, pero empecé a atacarlos despiadadamente hasta que no salía ni un poco más de veneno. Eso sí, no sin daños colaterales, ya que, al salir el aerosol con fuerza, hizo volar a más de cien. ¡Y empecé a sentir que ya los traía encima!!!!!!!!!!!!!!!!!! Me apresuré a limpiar la escena del crimen y a sacar los cadáveres. Pero tan sólo deseaba aparecer como mínimo otras 10 botellas de Raid para seguir echando y echando.

Afortunadamente, una amiga me hizo el favor de recoger a mis hijos del cole porque no acababa de barrer enemigos. Terminé lo más rápido que pude y los alcancé en un restaurante. No me quería ir de ahí, así que alargué lo más que pude la vuelta a casa- Finalmente, nos fuimos y pues los chicos retomaron la “cantaleta del verano”, de que quieren que les compre mochilas nuevas.

“Cantaron la misma canción” varias veces, pero cuando salieron de bañarse se pusieron intensos. Para estas horas mi paciencia, conciencia y todo mi hermoso cuerpo estaba agotado. Así que, tras un último e inútil intento, amable y delicado, para que entendieran que ahora no $e podía y que además no las necesitaban, recurrí a una sucia “estrategia” para finalizar el drama… Entre un suspiro les dije: “Ok, mañana vamos a comprarlas, sólo que tendremos que acostumbrarnos a convivir con estos bichos hambrientos y a ver cada día el marco despedazado… Lo bueno es que cuando acaben de comerse nuestras camas, mesas y puertas tendremos mochilas nuevas”… Entonces obviamente contestaron: “No, bueno… Mejor nos esperamos a comprarlas, primero arreglamos la casa y matamos a las polillas”.

Total que, para cerrar el día con broche de oro, resulta que mi marido, que está en un viaje de negocios, desde la cama de un hotel me pregunta mientras ve, bien relajado, una serie de Netflix: “¿Qué tal tu día? ¿Qué hiciste hoy?… ¿Tranquilo?” (siendo que ya le había informado previamente sobre la guerra que había librado contra los invasores) Así que con un gran esfuerzo intenté responder sutilmente sus inquietudes… Sin embargo, para rematarla, sin querer y con las mejores intenciones, el pobre hombre me dice antes de despedirse: “Bueno, ya no te preocupes, cuando llegue lo arreglo”. Inevitablemente y con cara de “what?”, me limité a pensar sin emitir sonido alguno: “O sea, ¿cómo? ¿Qué va a arreglar cuando llegue?…, si  el ataque fue hoy, ya hice una matanza, ya limpié, ya quedé  con el carpintero y con el fumigador… No es por nada, pero para cuando llegue, ya hasta los cadáveres se habrán desintegrado” …  Y salí de esa lo mejor que pude sin responder… A veces es mejor callar o reír… Para no llorar o vociferar.

En fin, cuatro enseñanzas de tanto rollo:

1. No cabe duda de que vivir, cuidar una familia y criar hijos son aventuras extremas.

2. Hay circunstancias inesperadas que permiten tener choco-aventuras qué contar y sobre las cuales, pasado un tiempo prudente, puedes reír al recordarlas…

3. A modo de reflexión o desahogo, de verdad nos falta ser más empáticos y estrategias de comunicación efectiva y positiva, no lo digo por mi marido… Bueno, también, pero ¡empezando por mí! Así que me queda la tarea de seguir practicando una comunicación respetuosa, asertiva y empática con mi familia, ya que la ebullición de mis emociones o cansancio no justifica la utilización de amenazas, chantajes ni juicios severos…

4. Por otra parte, como mamá pienso que ante la pregunta: “¿Qué hiciste hoy?”, a veces es tentador responder: “Nada”… Cuando en realidad sí hiciste y mucho… De verdad a las mujeres nos urge valorarnos y valorar nuestro trabajo de “no hacer nada”. Si no empezamos nosotras a creernos que es valioso lo que hacemos no esperemos que la sociedad lo reconozca.

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Luz Ma Dollero

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