Por qué necesitamos a Laura Ingalls Wilder y los libros de “La casa de la pradera”

Ryan McMaken
«Cortesía de la Biblioteca Ludwig von Mises»

El nombre de Laura Ingalls Wilder se ha eliminado por parte de la Association for Library Service to Children, del “Premio Laura Ingalls Wilder” de literatura infantil. Ahora se llamará Premio del Legado de Literatura Infantil.

Según la asociación, “Esta decisión se ha tomado considerando el hecho de que el legado de Wilder, representado en el conjunto de su obra, incluía expresiones de actitudes estereotípicas incompatibles con los valores esenciales de la ALSC de inclusividad, integridad y respeto y capacidad de respuesta”.

En otras palabras, la asociación ha decidido ahora que los libros de Ingalls son racistas e intolerantes.

Dados los vientos recientes sobre asuntos de este tipo, era algo que cabía esperar. Pero me sorprende que el nombre de Ingalls haya durando tanto como parte del premio.

Después de todo, Ingalls y Rose Wilder Lane (colaboradora, editora e hija de Ingalls) han estado asociadas desde hace mucho tiempo con ideas libertarias ahora pasadas de moda.

La imagen de que ofrecen los libros de La casa de la pradera sobre el pasado estadounidense es una en la que el comercio y la devoción voluntaria a la familia y la comunidad son ingredientes esenciales en la vida de ésta.

Las raíces ideológicas de la colaboración Ingalls-Lane se investigaban en el artículo de Judith Thurman en el New Yorker de 2012, “Una casa libertaria de la pradera”, en el que señala:

Los libros de Wilder fueron escritos en colaboración con su única hija, Rose Wilder Lane, una autora de superventas ella misma. Se ha discutido el grado de esta colaboración: algunos críticos han calificado a Rose como “el negro” de Laura. Las evidencias sugieren que, como mínimo, Lane editó y alteró considerablemente los escritos y pensaba que su madre era una aficionada.

El grado real de implicación en la escritura de las historias de La casa de la pradera ha sido objeto de debate durante muchos años, pero John E. Miller, autor de Laura Ingalls Wilder and Rose Wilder Lane: Authorship, Place, Time, and Culture, propone que la implicación de Lane fue mucho más que la de una “colaboradora”, pero menos que la de una “coautora”.

En todo caso, el producto finalizado de las historias de La casa de la pradera estaba indudablemente en línea con la opinión de Lane sobre diversos asuntos. En el mundo de las historias de La casa de la pradera eran la iniciativa, el comercio privado y las familias las que motivan la creación de la frontera estadounidense. Los mandatarios del gobierno, por el contrario, eran en buena parte invisibles o estaban muy localizados.

Dado el enfoque familiar de los libros, éstos ignoran en buena parte la violencia que tenía lugar al expulsar la población indígena de la frontera y los problemas raciales eran en buena parte inexistentes y fuera del ámbito de la narración.

Sin embargo, esto era demasiado para la gente en la Association for Library Service to Children, que encontraban en la serie referencias ocasionales poco halagadoras a los indios como algo excesivo para su estómago.

Por supuesto, nada importa que los comentarios rudos acerca de los indios reflejaran sin duda las actitudes de las personas de su tiempo o que un comentario acerca del indio llamado “basura” porque hablaba francés dijera menos acerca de los indios y más acerca de la intolerancia contra los franceses que prevalecía entre los angloamericanos en esos tiempos.

Sin embargo, dada las tendencias libertarias de los libros, no sería sorprendente que los dirigentes de la ALSC hubieran estado buscando otras razones para eliminar del premio el nombre de Wilder.

Los libros de “La casa de la pradera” como anti-westerns

Pero resulta un tanto paradójico, dadas las aparentes motivaciones de “justicia local” de la ALSC que se han dirigido contra libros similares a La casa de la pradera.

Después de todo, los libros de La casa de la pradera han desempeñado un papel no menor en rehacer el enfoque de las visiones estadounidenses y dirigir las visiones de la frontera lejos de las narrativas dominadas por los hombres de los westerns “tradicionales”. De hecho, la serie de La casa de la pradera se aleja enormemente de la fórmula del western posterior a la Segunda Guerra Mundial en su falta de violencia armada y personas encargadas del cumplimiento de la ley. Por el contrario, los libros de Wilder se centran sobre todo en temas de comercio, familia, mujeres, niños, educación y fe religiosa.

Al hacerlo, las historias de La casa de la pradera en cierto sentido “feminizaban” el Oeste y las libraban de su apego (en las mentes de muchos consumidores de cultura popular) por las convenciones de tiroteos en la calle principal entre hombres, intercalados con peleas en tabernas llenas de whisky.

Esa versión hiper-masculina del cuento de la frontera había sido criticada por la investigadora feminista Jane Tompkins, que señalaba que el western había devaluado el papel de la mujer en su literatura, en concreto rebajando la importancia de la vida doméstica, la familia, la religión e instituciones distintas de los policías públicos. Un verdadero héroe del western, en esta versión, nunca podría establecerse y nunca crea una familia. Hacerlo sería dejar de ser un héroe.[1]

Sin embargo, las historias de La casa de la pradera ofrecían una visión muy popular, competitiva y refrescante de la vida de la frontera en la que la escuela, la vida familiar, las rutinas domésticas y ganarse la vida mediante trabajo temporal se veían como actividades loables y esenciales. Un héroe de las historias de La casa de la pradera, “Pa”, raramente iba armado y ejercía su heroísmo mediante medios pacíficos y comerciales. Era cualquier cosa menos el pistolero tradicional y su trabajo más importante era atendiendo a su familia, compuesta sobre todo por mujeres.

Así que se podría pensar que esta versión de la historia estadounidense podría atraer más para “despertar” lectores que trataran de leer acerca de explotaciones masculinas “excesivas” en combate o política.

Pero, aparentemente, este importante servicio para el equilibrio literario no era bastante para superar el hecho de que Wilder no fue capaz de imprimir en sus personajes sensibilidades del siglo XXI acerca de razas y etnias.

Además, desanimar a los lectores a que se acerquen a los libros de La casa de la pradera también roba a los lectores los importantes pensamientos de Wilder y Lane sobre el significado de la comunidad y la acción colectiva.

Wilder no presentaba una visión simplista de la vida norteamericana como de un “robusto individualismo” en el que cada persona (o tal vez cada familia) podía ser autosuficiente. Por el contrario, los libros de La casa de la pradera parecían entender que construir un pueblo o una comunidad de cualquier tipo requieren acción comunitaria.

Está claro en los propios libros, en los que (por poner un solo ejemplo) es a través de la acción de varias personas del pueblo, que trabajan conjuntamente en The Long Winter, como se evita el hambre en la comunidad de Wilder.

Thurman atribuye parte de esto a la influencia de Lane, señalando que Lane acabaría siendo denunciada por Ayn Rand por no ser suficientemente individualista:

Lane y Rand intercambiaron cartas académicas durante un tiempo a finales de la década de 1940 y principios de la de 1950. Pero cuando Lane invocó el imperativo bíblico de “amar a tu prójimo como a ti mismo” y protestó diciendo que “sin alguna forma de cooperación mutua, es literalmente imposible que sobreviva ninguna persona de este planeta”, Rand “dejó a un lado [su] lógica” y la acusó de herejía colectivista. Ese tipo de impulso, concluía (el de ayudar a tu vecino a salvar su casa en llamas, por ejemplo), llevaba inexorablemente “al New Deal”.

Por supuesto, Lane muestra aquí ideas mejores. Comunidades como aquella en la que creció Wilder habrían acabado en un desastre si la ética de Ayn Rand hubiera sido la filosofía prevaleciente.

Sí, las historias de La casa de la pradera ofrecen una visión de iniciativa privada, comercio e incluso fe religiosa como factores importantes para construir una sociedad. Eso podría irritar a los reformadores izquierdistas para expurgar bibliotecas con visiones intolerablemente “reaccionarias”. Por otro lado, los libros de La casa de la pradera también alaban la comunidad, el servicio, la caridad y el papel importante de las mujeres en mantener la civilización.

Sin embargo, estos últimos puntos no han bastado para mantener la posición de Wilder en el canon de la literatura moderna. Si éste es sólo el primer acto de una acción general en contra de libros como éstos de Wilder, todos acabaremos peor cuando esto termine.

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Nota:

[1] Para más, ver West of Everything, de Tompkins.

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El artículo original se encuentra aquí.
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