¿Qué significa ayunar por Ucrania en «Miércoles de ceniza»?

Como todos los años, llega el “Miércoles de ceniza”, y con él la Cuaresma. Pero este año es especial, pues el Papa Francisco nos invita a ofrecer a Dios el ayuno propio de este día por la paz en Ucrania. Hermosa intención, maravilloso deseo, pero, ¿en qué beneficia a los ucranianos el que yo me prive del desayuno?

Indudablemente, sólo desde una óptica de fe puede comprenderse el misterioso pero real vínculo entre nuestras acciones y el gran teatro del mundo.

El Papa Francisco tiene esta perspectiva privilegiada, que podríamos calificar como “realidad aumentada”. Es decir, la misma cruda realidad que todos vemos por los medios de comunicación, pero aumentada con la visión propia de la fe.

¿Qué nos dice esta “realidad aumentada” característica de la fe?

Nos dice que no somos versos sueltos, puntos autónomos, libres e independientes entre sí, sino que formamos una gran sinfonía en la que misteriosa pero realmente estamos todos unidos y entrelazados.

Es el dogma de la “comunión de los santos”, que significa que las obras buenas que haga yo ayudan no sólo al beneficiario directo, sino que tienen un eco positivo en el conjunto de la humanidad, y hacen de este mundo un hogar más humano, más digno de la persona.

Junto con la “comunión de los santos”, la perspectiva de la fe nos indica que Dios y su providencia no se han ausentado de la historia; no es el dios deísta, que crea el mundo y se olvida de él. No, el Dios cristiano se compromete con el mundo e interviene, pues es, en definitiva, “el Señor de la Historia”.

Digamos que, siempre desde una perspectiva de fe, como la que nos transmite el Papa Francisco con su petición de ayuno, los protagonistas de esta trágica historia no son sólo Putin, Zelenski y Biden, sino también, de un modo discreto pero eficaz, como tras bambalinas, Dios mismo.

En efecto, ya san Juan Pablo II hablaba de la misericordia de Dios como una fuerza que pone un límite a la capacidad de mal que anida en el corazón humano. Y es aquí donde entra en juego el ayuno, que precisamente tiene como objetivo “mover” a esa misericordia para que ponga fin a la guerra, por derroteros que sólo Dios y su providencia pueden vislumbrar.

Por ello, la visión cristiana de la guerra, sin dejar de ser realista (ya que la considera, en cierto sentido, como el sumo mal), no es desesperada. Al contrario, mira la cruda situación con confianza y redescubre un misterioso y peculiar protagonismo, de modo que sus acciones ordinarias pueden sumar una ayuda al encuentro de una solución digna para el conflicto.

Es decir, el cristiano no se desentiende y se encoge de hombros, como diciendo: “nada puedo hacer, soy muy pequeño, esto me agarra muy lejos”; no simplemente se deja abrumar por las escalofriantes imágenes que nos transmiten los medios de comunicación; por el contrario, al contemplar tanto dolor y sufrimiento, se siente interpelado personalmente para ofrecer su contribución espiritual a la solución de la guerra.

En este sentido, la fe nos convierte de espectadores aterrorizados y pasivos, a protagonistas, misteriosos pero reales, de la historia. De ahí la petición de ayuno ofrecido por Ucrania por parte del Pontífice.

Es la convicción de que cada uno es importante, “cada uno es necesario” (Benedicto XVI), cada uno puede ofrecer su granito de arena para construir la paz. Es el pecado del hombre el que espiritualmente causa la guerra; es la conversión del hombre, la que espiritualmente consigue, de la misericordia de Dios, la paz del planeta.

Por eso embona muy bien el precedente discurso con el lema que el Papa Francisco nos propone para la cuaresma y que toma de san Pablo:

  • “No nos cansemos de hacer el bien, porque, si no desfallecemos, cosecharemos los frutos a su debido tiempo. Por tanto, mientras tenemos la oportunidad, hagamos el bien a todos”.

Así, nuestra respuesta personal al desbordamiento del mal (como lo es la guerra), es “ahogar el mal en abundancia de bien” en nuestra vida, con la esperanza de que ese bien reboce y contribuya a la paz en Ucrania.

Como respuesta a la guerra el cristiano ofrece una batalla espiritual, se siente interpelado, protagonista, y no espectador de la historia. Como diría san Pablo: “no te dejes vencer por el mal, vence al mal con el bien”.
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P. Mario Arroyo
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