¿Quién tiene la autoridad en el matrimonio?
En estos últimos meses he escuchado varias veces la siguiente frase y no lo puedo evitar, me hace corto circuito. Sé el trasfondo y lo que se quiere explicar, pero creo que hay que ser cuidadosos con las palabras elegidas porque de otra forma se puede causar confusión:
¡¡¡¡¿¿¿”El hombre es la autoridad de las “decisiones importantes” que se toman en la familia,
aunque la mujer es la autoridad de la “casa” es la mujer”???!!!!
O sea, ¿cómo?…
¿Qué decisiones son las de la “casa” que le tocarían a la mujer?: ¿Hacer el súper? ¿Vestir a los niños combinados? ¿Resolver pleitos fraternales? ¿Decidir el menú diario balanceado? ¿La decoración de la casa y de navidad? ¿Ir a una fiestita o a otra? ¿El plan del viernes? ¿Y cuáles serían las “importantes” que le tocarían al hombre?: ¿Cuánto ahorrar? ¿En qué gastar el dinero? ¿En qué ciudad vivir? ¿Comprar o rentar? ¿En qué escuela inscribir a los niños? ¿A qué médico llevarlos? ¿Qué coche comprar?…
Lo siento, pero definitivamente, la afirmación me parece insostenible porque aleja del ideal del amor conyugal católico, en el cual, un hombre y una mujer iguales en dignidad y diferentes por naturaleza se unen ante Dios libremente hasta que la muerte los separe para formar una familia de la que ambos son corresponsables hasta la eternidad.
Cierto es que a lo largo de la historia han habido épocas en la cuales a la mujer se le negaba participar en “las decisiones importantes” y sólo se le permitía acatar órdenes con la misma prontitud que un perro entrenado, pero creo que actualmente esto debería estar superado, al menos en Occidente. No obstante, tampoco se debe ir al extremo contrario en el que la mujer “empoderada” pisotea al hombre y lo trae por la vida paseando como perro con correa a su son y sin rechistar.
Por tanto, ni machismo ni feminismo radical. Los cónyuges esposados deberían tener bien definido un proyecto común que incluya todos los ámbitos de desarrollo físico, psicosocial, económico, sexual y espiritual. Esto es, entre los dos deberían de haber establecido, de preferencia antes de casarse, los fines y estrategias para lograr compaginar sus metas individuales y familiares, revisándolos continuamente para rectificar, adaptarlas y congratularse por los logros obtenidos. Obviamente, debe existir una meta común, una correcta jerarquización de valores, respeto mutuo y corresponsabilidad en lo práctico pueden organizarse como lo decidan o lo crean conveniente. Por ejemplo, al poner sus cualidades en beneficio del bien común puede ser que ella sea la buena para las finanzas y él para la decoración, así que ella llevará cuentas, pagos y ahorros. Mientras que él se encargará de tener la casa como de revista. Igualmente, ellos decidirán si uno o los dos trabajarán, tomando en cuenta qué implicaciones tendrá su decisión. Eso sí, tan mal está que uno u el otro sea workaholic, fondongo, obsesivo, consumista, egoísta, infiel o que tengan abandonados a sus hijos, etc.
A lo que voy es que hay que tener cuidado con querer imponer roles al hombre y a la mujer que en realidad son estereotipos que no afectan la identidad de los sujetos o a la familia. Así pues, da lo mismo qué quehaceres de “intendencia” decidan que va a hacer cada uno: barrer, trapear, sacudir, tender camas, sacar la basura, lavar, planchar o si contratan a alguien para que lo haga. Asimismo, tal vez sean la excepción a lo que estadísticamente es más frecuente en un sexo u en otro, por lo que incluso aunque ella fuera más práctica o más fuerte físicamente y que él sea más sensible o detallista esos aspectos realmente no serían determinantes para que funcionara su relación. No obstante, sí es es básico que
los “casa-dos” entiendan que “la casa es de dos”,
esto es, ambos son corresponsables
y por tanto, las decisiones importantes las deben tomar entre los dos,
independientemente de quién ejecute la decisión.
En realidad, ninguno de los dos debe estar por encima del otro,
deben de ser un equipo en el que se vean como compañeros no como rivales.
Hombre y mujer son complementarios
y para lograr sacar adelante su proyecto común deben vivir el amor verdadero
que sobrepasa los sentimientos y quiere querer buscando el bien propio y del otro.
El problema grave es que actualmente se está instalando en la conciencia social una versión barata y reduccionista del amor aunada al desprecio y minusvaloración de la masculinidad y al rechazo de la naturaleza femenina que posibilita a la mujer para ser madre. De hecho, se considera que el embarazo y crianza de los hijos es un detractor para su desarrollo personal y profesional, que además la hace débil y “menos” que el hombre. La realidad es que la maternidad no sólo es un bien para la familia sino para la sociedad. Economistas afamados como Gary Becker o Fernando Pliego lo han probado y han explicado los beneficios que conlleva no sólo la maternidad, sino el matrimonio y la familia llamada comúnmente “tradicional”. Por lo que, matrimonio, familia y maternidad deberían ser valoradas socialmente y protegidas por el Estado.
Así pues, si bien hay roles que se pueden cambiar según las preferencias y cualidades de cada pareja, existen ciertas características propias de la identidad masculina y de la femenina que se deben valorar para lograr la complementariedad, el equilibrio entre ellos y la estabilidad familiar y social. En el caso de la mujer, no da lo mismo que se valore o se rechace su femineidad y la maternidad, no da lo mismo quién esté de baja laboral al final del embarazo o después del parto. Así como al hombre no le da igual si es reconocido como guardián y protector “de la caverna” o no.
De cualquier forma, la solución para compaginar el desarrollo personal y profesional no está en no tener hijos, sino en que se rompan paradigmas y se generen propuestas familiares que faciliten la conciliación trabajo-familia. Y recalco, propuestas no sólo para que la mujer “cuide a los hijos y se encargue de la casa”, sino propuestas familiares que facilite que los dos, madre y padre, estén presentes en la casa, sean responsables de la misma y del cuidado y fortalecimiento de la vinculación con los hijos.
El sistema capitalista ha logrado sacar de la familia no sólo al hombre sino a la mujer, dejando a los niños “huérfanos” al cuidado de desconocidos y con suerte de los abuelos. Ocasionando que los hijos sean percibidos como una carga y unos desconocidos para sus padres, a quienes les “dificultan la vida divertida y la posibilidad de realizarse”. En general, la mujer ahora puede acceder a la esfera pública si desatiende/niega a su familia y el hombre puede acceder a la privada si desatiende/niega su trabajo. Las exigencias laborales no permiten una verdadera conciliación, al contrario, favorecen la desvinculación entre los cónyuges y con los hijos y aumentan la posibilidad de ruptura matrimonial.
El peligroso error que se ha cometido ha estado en negar que hombres y mujeres somos iguales en dignidad y a la vez diferentes. Se ha luchado por conseguir para la mujer derechos de hombres, masculinizándola y al hombre se le ha pisoteado exigiéndole que se feminice, así que ambos han perdido su identidad dando origen a una sociedad unisex. Esta pérdida de identidad de ambos sólo ha generado confusión y lucha de poder entre ellos. Ambos han perdido su autoridad como referencia y guía para el otro y se han adentrado justo en la lucha por ser la autoridad económica y de poder.
Sin embargo, a la mujer femenina segura de sí misma y capaz de valerse por sí misma no le importa reconocer que tiende a ser tierna y a buscar un hombre igualmente seguro con quien se sienta protegida, mientras que el hombre masculino seguro de sí mismo no pierde su virilidad por cambiar pañales y consensuar las “decisiones importantes”. En consecuencia, los verdaderamente “casa-dos” son una pareja-pareja que no le huyen a trabajar en equipo por un proyecto común, que no le temen a la maternidad ni a los hijos, ni a sacrificarse por ellos, al contrario buscan juntos soluciones a los “temas importantes” para su familia y para cada uno de sus miembros.
En fin, el matrimonio funcional católico reconoce que hombre y mujer son tienen valor infinito y que son complementarios, ambos deben de respetarse y reconocer su especificidad femenina y masculina e impulsarse mutuamente para llegar juntos a la eternidad, pero si vamos más allá se debe ser consciente de que
los cónyuges (con- yugo)
libremente se ponen el “yugo”
para caminar juntos hacia la misma dirección, al mismo ritmo
y saben que si hay que hablar de autoridad,
la única autoridad sobre ellos es la de Dios que debe regir sus vidas,
inundándolos de gracias
que les permitan lograr lo que a ojos humanos es imposible…
…Como explicaría el P. Otalourruchi al reflexionar sobre la exhortación Amoris Laetitia:
un amor apasionado
para toda la vida,
donde ellos sean mejores amigos,
busquen el bien mutuo siempre
y sean capaces de sacrificarse para
construir una historia única e irrepetible
que deje huella
y sea reflejo del amor de Dios…
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