Reflexiones mínimas en torno a una pandemia (VIII)

Hace algunos días muy temprano en la mañana un joven enfermero en la ciudad de Monterrey estaba en la esquina esperando el autobús para trasladarse a su lugar de trabajo. El hospital de la zona, ciertamente riesgoso, suministraba la atención requerida a los enfermos que acudían a las instalaciones por diversas causas. Una de ellas, era la posible contaminación por el coronavirus.

Al llegar el autobús el enfermero permitió que subieran primero las demás personas, como un acto de cortesía hacia los demás. Cuando se disponía para abordar el primer escalón de la puerta de entrada el chofer no le permitió subir al camión por que iba vestido con uniforme de enfermero.

En seguida, una vez que el camión se alejó, el enfermero comenzó a caminar para llegar a pie a su lugar de trabajo, no sin antes autograbarse con el celular y hablar del suceso tan triste que tuvo que sufrir en su afán de llegar a tiempo al hospital con la esperanza de no ser sancionado por el retraso.

En su traslado a pie y mientras duró el video, pero hacia el final de la grabación, alcancé a observar lágrimas que rodaron por su rostro. Desconozco el final de la anécdota. ¿En qué terminó el retraso? Probablemente le sancionaron por llegar tarde, aunque prefiero pensar que lo felicitaron por acudir a cumplir con su responsabilidad en la primera línea de combate.

Entiendo que el chofer del camión actuó de esa forma si es que pensó en la posibilidad real de ser contagiado por el coronavirus al ver al enfermero y suponer que era fuente de contagio. En realidad, el chofer actuó con temor o miedo de ser infectado. El enfermero reaccionó con gran tristeza porque deseaba llegar a tiempo para cumplir con su turno y función de ayudar a los enfermos que lo esperaban.

El suceso me llevó a una interrogación inmediata: ¿en qué momento nos perdimos?, ¿en qué momento el ser humano no está pasando la prueba de ser humano? La exposición a infectarnos, que sufrimos todos por la pandemia que nos azota, explica, en cierta forma, la manera de reaccionar de cada quien. En principio, debemos cuidar la vida personal y el trabajo, fuente de sustento para la vida.

La forma de reaccionar –temor, miedo, tristeza, enojo– se explica por la manera particular de valorar los eventos que ocurren en nuestro alrededor. En mi opinión, no nos hemos perdido, porque seguimos siendo humanos.

Somos seres emocionales y racionales. Podemos examinar si esos pensamientos son correctos o equivocados. Pero para acertar es necesario desarrollar el hábito de la Inteligencia Emocional. Tema de la próxima columna.
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Rubén Elizondo Sánchez

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