Rescatar la cultura de la vida
La barbarie de la vida moderna a unos recrea y a otros fatiga. La mayoría de los medios se muestra halagada por la conquista de la libertad de expresión porque se logra mayor información para el mayor número de receptores. Con esta premisa el mensaje es certero, no fracasa, llega a su destino. Y me parece bien. Pero existen orillas infranqueables.
La libertad de expresión debe respetar dos límites: por una parte la prudencia y por otra, el respeto a los demás. Cuando se traspasan, el recreo de la barbarie se convierte en fatiga, y la fatiga en angustia e incertidumbre. En relación con el bien de la vida, el bien más valioso en el orden natural, la información corre pareja en los medios. Los argumentos que muestran los mass media son similares en contenido, conceptos y explicaciones. Es decir, hay línea.
La Historia revela que las civilizaciones decadentes presentan hechos repetitivos que solo se explican por la actitud libre del hombre. En general, se puede afirmar que el futuro de una civilización depende de las leyes concernientes a la vida, la familia y la educación. Las leyes conforman la vida moral de un pueblo. Indican un camino a seguir, una senda que compromete y asegura el orden y la paz. Muestran el futuro en potencia por la actualidad del presente, sin ser esto determinismo alguno.
No es lo mismo desproteger la naturaleza originaria de la familia que pretender la naturalidad de cualquier tipo de asociación de convivencia. En cierto sentido, dicha reivindicación equivale a negar la importancia de la familia como única célula fundamental de la sociedad. Y digo “única” porque el ser humano solo es viable a partir de su inserción plena en el seno familiar. Necesita alguien que se encargue de él, que esté loco por él, que esté dispuesto a dedicar muchas horas al día para atenderlo en todas sus necesidades.
Tal vez se podría calificar de irracional invertir tanto tiempo en la “empresa” que reclama todo ser humano. Así se ha entendido siempre en la cultura occidental. Y sospecho que sucede lo mismo en otras culturas diferentes a la nuestra. Y esto es así por la peculiar naturaleza del ser humano. Siempre requerimos de los demás.
Despojar a un ser humano de la alteridad, del significado para los otros, representa su despedida de esta vida. Es tanto como abrirle el camino que ha de recorrer para desaparecer de este mundo, sea consciente o no de tal intención.
Las culturas y civilizaciones en declive comienzan por abandonar las raíces constitutivas de su propia identidad. Terminan por desaparecer. Las leyes que desprecian la vida humana aceleran el fin de la historia. De esa historia, de esa cultura.
Hace algunos años, la Suprema Corte de Justicia de la Nación dictaminó que la despenalización del aborto no transgredía los preceptos constitucionales rectores de nuestro país.
La decisión es grave, pues violenta principios jurídicos fundamentales como el derecho a la vida, fuente originaria de todos los demás derechos humanos.
En mi opinión, la ley no debe dividir al cuerpo social en dos facciones antitéticas: una que trata de conservar y otra que trata de renovar. ¿Te imaginas? Por una parte conservar la vida, por otra matar para renovar.
La riqueza más grande de México es, precisamente, el recurso renovable de la vida humana. Cuando se fractura la dinámica moral en la base constitucional de las naciones sólo cabe esperar una acelerada esclerosis institucional.
La prudencia y el respeto a la vida del concebido pero no nacido son derechos humanos que reclaman los humanos más débiles e indefensos o, como se dice ahora, son reclamos de los grupos más débiles entre los débiles.
La potencia del norte donde los bárbaros son rubios, es sumamente generosa para despoblar a los demás países. Incluido el nuestro. El precio que cobró la obediencia a la planificación familiar tiene en jaque al sistema de pensiones del seguro social, porque la pirámide de la población continúa invirtiéndose y cada vez menos brazos de trabajo deben sostener las pensiones del nuevo sector de adultos mayores, que continúa creciendo en números reales.
La Historia enseña que cuando se produce crecimiento poblacional mejora la economía porque hay mas necesidades que cubrir y aumentan las iniciativas empresariales.
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Rubén Elizondo Sánchez