Rusia, China y la geopolítica de la Ruta de la Seda
Marcia Christoff-Kurapovna
«Cortesía de la Biblioteca Ludwig von Mises»
La característica más prominente de las geopolíticas de Rusia y Occidente gira alrededor de una característica relativamente oscura de las geopolíticas de Rusia y China. Los medios de comunicación en Estados Unidos han cubierto mínimamente y sólo bastante incidentalmente la construcción, por un valor estimado de 900,000 millones de dólares, de una compleja matriz de rutas estratégicas de transporte conocidas generalmente como la “Nueva Ruta de la Seda” o “Iniciativa de Cinturón de Carreteras” (BRI, por sus siglas en inglés), proyecto iniciado por Pekín en 2013. Es uno de los mayores megaproyectos de infraestructura e inversión de la historia, abarcando más de 68 países, equivalentes al 65% de la población mundial y al 40% del PIB global de 2017.
El proyecto ha sido el factor central en las relaciones intensificadas entre Moscú y Pekín, a pesar del hecho de que, al principio, Rusia vaciló por su preocupación por los objetivos territoriales chinos. Desde entonces, la asociación ha crecido agresivamente y ha sido especialmente importante para la esfera de influencia de Moscú. Una de las consecuencias positivas inmediatas para Rusia es el acercamiento a ese país de los países euroasiáticos e Irán, una evolución con repercusiones potencialmente explosivas frente a Occidente, ya que la geopolítica de la energía del Cáucaso ha sido una fuente de tensión tanto con la Unión Europea como con Estados Unidos. Pero es la geopolítica de la energía la que comprende toda la base de la cuestión rusa en el desenlace del Este-Oeste, con Oriente Medio como epicentro de las crecientes tensiones por venir.
La situación actual de China hace que ahora mismo “más del 90%” de los envíos de contenedores hacia Europa se envíen por mar. El plan de Pekín es una multitud de diversas opciones de tránsito a través de una red de rutas terrestres transcontinentales: Asia Central y Oriente Medio evidentemente desempeñan un papel clave y todas se cruzan con los intereses de Moscú. China también quiere un acceso al Ártico, donde se construirían una buena parte las rutas planeadas como añadido al corredor continental por Eurasia (y hay planeada una ruta marina Indo-Pacífica). De hecho, China se ha declarado como un “Estado cercano al Ártico” y pretende construir lo que llaman una ruta polar de la seda.
Es más, esta nueva estrategia económica chino-rusa, combinada con la decisión de China de respaldar al yuan con oro como parte de una acción global de Rusia y China para eliminar la dependencia del petrodólar, llega en un momento en que Pekín acaba de presentar el “petroyuán respaldado por oro”. No se puede infravalorar el gran cambio en los mercados de la energía global que podría causar esto, dado que, entre otros factores, hasta ahora cualquier nación que quiera comprar petróleo tiene que comprar primero dólares para pagar el intercambio. Con el lanzamiento del contrato de futuros de petróleo denominados en petroyuanes en el Shanghai International Energy Exchange, el intercambio gestionará varios tipos de crudo, particularmente de Oriente Medio, incluyendo el Basra Light de Irak y el crudo de Dubai y Omán. Esto creará un punto de referencia del petróleo crudo asiático para marcar el precio del petróleo importado y consumido en Asia, la región importadora más importante del mundo.
Esta acción pretende dar a China más poder sobre los precios del crudo, así como promover su divisa como una divisa global fiable. Resulta interesante el momento elegido, especialmente a la vista del hecho de que China evidentemente teme poco las represalias de Estados Unidos.
Rusia agradece todo esto de una manera ambiciosa. “A pesar de los recelos iniciales de Moscú, la penetración de China en Asia Central bajo la bandera de la Ruta de la Seda hasta ahora no ha producido ningún daño importante a los intereses rusos”, escribía el experto ruso Artyom Lukin en un artículo del 8 de febrero en el Washington Post. De hecho, las ambiciones de China han producido exactamente lo contrario.
El 9 de noviembre del año pasado, Vladimir Putin y Nursultan Nazarbayev, de Kazajistán, anunciaron planes para una de las rutas ferroviarias de China a Europa a través de los territorios de sus dos países. Al realizar este proyecto “las consecuencias geopolíticas y económicas afectarán no sólo a Kazajistán y Uzbekistán, sino también a los demás países dentro y en torno a la región de Asia Central”, señalaba Lukin, profesor en la Universidad Federal de Extremo Oriente, de Vladivostok. La influencia del Kremlin en Asia central y el sur del Cáucaso quedarán fortalecidas como resultado de la dominación rusa de las rutas terrestres euroasiáticas.
Los beneficios para Moscú no podrían llegar en un mejor momento dada la posición económica del país con Occidente durante los últimos doce años: la primera “guerra de la energía” con Europa por la Revolución Naranja de Ucrania de 2006; la interrupción de los envíos de gas al Continente tras la guerra civil en Ucrania de 2014; la geopolítica competitiva de la energía en el Cáucaso; las sanciones y, como el pasado fin de semana, nuevas sanciones. El problema no está en el Este y funciona así: los envíos chinos a Europa deben cruzar Kazajistán y luego transitar a través de la red ferroviaria rusa. Sin embargo, los “tanes” de Asia central recelan del deseo de China de una zona de libre comercio, temiendo que esencialmente se los coman vivos. Las poblaciones en Asia Central, particularmente en Kazajistán y Kirguistán, tienden a ser chinófobas de una manera “que excede con mucho cualquier resentimiento que pueda sentir hacia el imperialismo ruso”, escribe Lukin, el experto citado antes. En resumen, las naciones de Asia Central no van a abandonar a Rusia a favor de China, y necesitarán todavía más a Moscú para que las proteja frente a la siempre creciente influencia económica de Pekín. Todo esto funciona muy a favor de Rusia.
Luego está Irán, que, por su parte, es también una parte importante del proyecto de la Ruta de la Seda. Constituye aproximadamente una conexión de 2,000 millas entre Urumqi, la capital de la provincia occidental china de Xinjiang, y Teherán, a partir de donde esa conexión se unirá a la red de Irán pasando a través de Turquía hasta Europa Oriental y luego a través del resto de Europa mediante el desarrollo de rutas ferroviarias desde puntos más al sur de Irán hasta Azerbaiyán. La ruta “se convertirá en un viento de cola para el transporte de bienes y energía entre Irán y China, que han firmado un acuerdo bilateral a largo plazo con un objetivo de 600,000 millones de dólares anuales”, según el periódico iraní en inglés Financial Tribune. Para Irán, la línea es parte de un plan más amplio de desarrollo ferroviario que pretende la electrificación de todos los ferrocarriles para 2025. El país es consciente de su capacidad con respecto al transporte y la logística globales: Irán, Rusia y Turquía se consideran en la región como los transportistas del futuro de Eurasia.
No hace falta decir que el sector energético es la prioridad económica número uno de Rusia. Los ingresos de la energía fueron claves para la recuperación de su economía y por eso permitieron a Moscú mantener sus posiciones en la esfera internacional. Las ganancias de la energía “permitieron al Estado ruso pagar toda la deuda externa soviética y postsoviética, aumentar el fondo de estabilización del país y las reservas de divisas del Banco Central de Rusia y mantener un presupuesto sin déficit durante muchos años”, de acuerdo con un libro blanco de la Universidad de Leeds (UK), lo que le ha permitido cierta independencia en el panorama mundial.
La pérdida de Ucrania, la segunda economía postsoviética más grande, un mercado de unos 44 millones de personas y con quien Moscú trataba de crear un bloque económico igual al de la Unión Europea, precipitó la carrera hacia el Este. “Al faltarle un mercado de tamaño suficiente para crear su propia área geoeconómica, a Rusia sólo le quedaba la opción de trasladarse a la órbita económica de otra nación”, escribe Lukin. En 2015, Rusia se unió reticentemente al Asian Infrastructure Investment Bank, controlado por China y el paso más decisivo se produjo unos pocos meses después en mayo, cuando Xi y el presidente ruso Vladimir Putin se reunieron en Moscú para comprometerse a trabajar por una “unión” entre la Unión Económica Euroasiática de Rusia y el Cinturón Económico de la Ruta de la Seda.
Las acciones y nuevas sanciones de Estados Unidos contra Rusia se ven en Moscú como pensadas en último término para alterar esta creciente política energética geoestratégica con China y Oriente Medio. Combinadas con declaraciones cada vez más provocativas desde Washington con respecto a acciones hacia Irán ante la revisión el mes que viene del “acuerdo nuclear” de 2015, la próxima década podría resultar la peor en las relaciones entre Rusia y Estados Unidos (si es que eso es posible). Todo esto se produce en un juego regional de tablero de tuberías y los intermediarios de la energía pueden resultar menos un caso de inteligente ajedrez multidimensional que los mismos movimientos predecibles en el mismo juego predecible que no puede apartar a los reyes de sus peones.
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