Saber-Dejarse-Decir es una cualidad esencial del político
Cualquiera puede llegar a ocupar un cargo público. Los listos y diligentes lo suelen retener hasta terminar el nombramiento. Pero los prudentes son los que gobiernan y “sacan el buey de la barranca”.
Los primeros se comportan como las veletas en los tejados, se mueven al son de cualquier viento y en vez de buscar lo que a la comunidad le hace falta, se ponen a pensar en los términos de lo que otros pensaban de ellos para recibir alabanza y aplausos, que aunque de duración efímera les hacen exclamar: “!Qué bueno es esto de estar en el candelero¡”. En este primer grupo, se incluyen, a los que intuyen la existencia de algunos problemas inherentes a su cargo, pero se asustan y molestan cuando se los comunican. Prefieren desconocerlos a afrontarlos..
El segundo grupo, es el de los listos y diligentes, que se han planteado y respondido a sí mismo preguntas como: ¿Qué voy a conseguir con este nuevo empleo? ¿Qué deseo alcanzar? ¿A dónde quiero ir? Se proponen objetivos que valen la pena, en servicio del interés general de la comunidad, mas les falta comprensión de la situación y valor para anteponer los fines de servicio a los demás que persiguen. Creen saber lo que quieren, pero en realidad lo que les falta es aprender a escuchar a la gente. Son como flechas que no dan en el blanco.
Al tercer grupo, el de los prudentes, pertenece poca gente. Son como linaje escogido, pero ellos no se sienten así. Saben bien que no pueden bastarse a sí mismos y que requieren siempre ayuda de otras personas, sobre todo antes de tomar decisiones. Esta actitud la han vivido los grandes estadistas y muchas otras personas.
Se cuenta que Alejandro Magno, cuando daba audiencia, solía taparse una oreja con la mano. Preguntándole una vez por la razón de tan singular conducta, contestó:
–Es que guardo la otra oreja para el acusado.
Alejandro Magno solía admitir juicios certeros y clarividentes, porque sabía-dejarse-decir: Seguía el ejemplo de los ciegos que no dan un paso sino hasta que tantean el terreno con su bastón: No por miedo a cometer errores, ya que cualquier decisión puede ser equivoca, sino para estudiar los problemas en profundidad, las posibles maneras de actuar y las con secuencias que podrían surgir de cada proceso. Seguía el camino que más le prometía e iba hacia adelante. Si hubiera esperado hasta estar absolutamente cierto y seguro de que podría edificar un imperio, nunca hubiera conquistado el Asia.
Para un político constituye una nota de excelencia contar con otras personas que puedan ayudarle, de las que sepa aconsejarse. Necesita escuchar también a las dos partes, hasta formarse un juicio propio que le pueda servir para asumir una decisión objetiva, tranquila y eficaz. El aprender de los demás, el saber-dejarse-decir, implica una disposición de buscar sinceramente la verdad y de mostrar una docilidad activa una vez descubierta.
Siempre he pensado que un buen político, para desempeñar bien su cargo, necesita poseer los conocimientos morales para no caer en el maquiavélico vicio de “el fin justifica los medios”. Porque, entonces, cualquier tonto podría ser político. Si es creyente, necesitará apuntalar su formación con un estudio atento de la fe y la moral cristiana. Nada más ajeno a los escrúpulos y a la timidez o vacilación de juicio, que formarse un criterio recto y verdadero de las personas y de las cosas.
Tras de haberse formado un criterio, lo lógico será que impere, que mande, que dé vida a un proyecto, que construya el futuro.
Algunos políticos pasan su mandato quejándose de que el pueblo no les entiende y se les van los resultados en propagandas por mejorar su imagen, sin muchos resultados; lo que pasa es que han olvidado escuchar a los demás y no han sido dóciles a ese saber-dejarse-decir los problemas, para llenar de eficacia su servicio a los demás.
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Gabriel Martínez Navarrete