Seattle declara la guerra a los trabajadores con regulaciones salariales y de vivienda
José Niño
«Cortesía de la Biblioteca Ludwig von Mises»
En un intento por competir con California por el título de la jurisdicción política con las políticas más destructivas económicamente, el ayuntamiento de Seattle aprobó recientemente impuestos especiales a las grandes empresas en la ciudad.
¿La razón? Seattle está experimentando crecientes niveles de mendicidad y los políticos creen que pueden legislar para eliminar la pobreza y crear vivienda asequible con estos fondos.
Pocos saben estos políticos que las leyes de la economía tienen una manera porfiada de bajar a la realidad las fantasías políticas.
Una medida contra las empresas que se dirige directamente contra corporaciones como Amazon y Starbucks, este impuesto dañará más que a solo los peces gordos que son el objetivo favorito de los políticos. Los trabajadores de estas empresas y también los consumidores también sufrirán el impacto del impuesto a través de un menor crecimiento los salarios y precios más altos en caja.
En sus intentos miopes de “hacer algo” por el bien público, los políticos ignoran a menudo las causas subyacentes de los problemas que pretenden resolver.
El problema de vivienda de Seattle
No es un secreto que Seattle es uno de los mercados inmobiliarios más caros de la nación, en el que los precios medianos de la vivienda se aproximan a los $820,000. Políticos y activistas sociales culparán a los mercados libres y a los avariciosos capitalistas de los altos costes de la vivienda, pero esas acusaciones no tienen fundamento.
Ya en 2008, el profesor de economía de la Universidad de Washington, Theo Eicher, ilustraba cómo contribuían las regulaciones públicas a los precios de la vivienda de Seattle en ese momento.
Eicher afirmaba que el precio mediano de la vivienda de Seattle se había doblado desde 1989 hasta 2006 debido a los siguientes factores:
* La Ley de Gestión del Crecimiento del estado, que restringe el terreno disponible y crea una densidad artificial.
* Los largos plazos de aprobación de permisos de vivienda.
* Las tasas de construcción y permiso.
* Las restricciones municipales al uso de los terrenos.
Se han mantenido las mismas restricciones y, cada vez que los promotores han tratado de ofrecer alternativas asequibles de vivienda, los políticos se han apresurado a paralizar estos intentos. Esto ha resultado evidente cuando los burócratas planificadores han impedido alternativas eficaces en costes como la “microvivienda” a través de su sopa de letras de restricciones urbanísticas.
Políticos y votantes han continuado en buena medida ignorando el impacto de la urbanización sobre los precios de la vivienda. Por el contrario, buscan medidas de arriba abajo, como impuestos especiales y subvenciones a la vivienda, como soluciones rápidas a problemas como la asequibilidad de ésta.
La afición de Seattle por las políticas contra el crecimiento
Las restricciones urbanísticas son solo uno de los problemas de Seattle. La ciudad de Seattle se ha declarado a sí misma últimamente como un bastión de las políticas contra el crecimiento.
En 2015, Seattle ganó notoriedad por obligar a todas las empresas con más de 500 empleados en la ciudad a pagar un salario mínimo de $15. En los resultados hasta ahora no parecen prometedores.
Un estudio de la Universidad de Washington ilustra el impacto negativo del salario mínimo de $15:
Los investigadores de la UW descubrieron una caída de un 9.4% en horas trabajadas por los trabajadores de rentas bajas, tanto fuera como dentro del sector de la restauración, el equivalente a una enorme eliminación de 6.317 empleos a tiempo completo. Incluso con un salario mínimo más alto, la paga mensual media de un trabajador de renta baja cayó en $124, un recorte del 6.6% debido a las horas perdidas.
Por mucho que lo intenten, los políticos no pueden evitar las leyes de la Economía.
Como en cualquier otra parte del mercado, los mercados laborales funcionan sobre la base de la oferta y la demanda. Cuando se implanta un salario mínimo, aumenta la oferta de mano de obra, pero la demanda de trabajo de las empresas disminuye como consecuencia de ello.
Para enfrentarse a los aumentos en el salario mínimo, los empresarios actuarán de alguna de las siguientes maneras:
1. Recurrirán a la automatización.
2. Preferirán trabajadores cualificados a trabajadores no cualificados.
3. Recortarán horarios.
4. Despedirán directamente a trabajadores.
En una ciudad en la que ya están aumentando los costes de la vivienda, lo último que se necesitan son políticas que aumenten el desempleo y disminuya las oportunidades de mejora laboral.
Seattle debería seguir políticas de libre mercado
Dada la inclinación de la clase política de Seattle por usar al gobierno para resolver todo problema social que aparezca, se necesita un nuevo punto de vista. Los legisladores deberían revisar las ordenanzas urbanísticas restrictivas de Seattle y su política de salarios mínimos antes incluso de pensar en más intervencionismo público.
Atacar la raíz del problema es esencial en estos casos, porque escribir más leyes y regulaciones se limitará a crear un ciclo interminable de intervencionismo. Seattle ya tiene bastante interferencia pública con sus ordenanzas urbanísticas que restringen la oferta, sus leyes de salario mínimo y sus nuevos impuestos especiales.
Lo que necesita Seattle es un genuino mercado libre en el entorno inmobiliario, en el que los promotores respondan a las iniciativas del mercado, no a las ordenanzas burocráticas. Estas fuerzas del mercado determinarían la oferta y los tipos de vivienda que llevarían al mercado.
Los impuestos especiales de Seattle quedan bien como política populista, pero son un gran obstáculo para el crecimiento económico. Debido al creciente grado de competencia jurisdiccional entre las entidades políticas, empresas como Amazon y Starbucks pueden encontrar estados y municipios más amigables para las empresas, para realizar allí sus negocios.
El tiempo dirá si prevalecen en Seattle las personas con la cabeza fría.
Pero en una era de políticas intervencionistas, cuesta que desaparezcan las viejas costumbres.
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