Silencio sobre Nicaragua
— P. Santiago Martín
(Franciscanos de María)
Al Papa Pío XII le tocó la nada fácil situación de dirigir la Iglesia durante la Segunda Guerra Mundial, que estuvo precedida por el ascenso de los nazis al poder en Alemania y la persecución feroz contra los judíos. Durante la alianza de Alemania con Italia, también en este país se aplicaron las leyes antisemitas.
Pío XII hizo todo lo posible por proteger a los miembros de este pueblo, escondiéndolos en el Vaticano, en Castelgandolfo, en conventos y parroquias de Roma y de otras ciudades, como Asís, por ejemplo. Según el diplomático israelí Pinchas Lapide, gracias a él se salvaron 700.000 judíos.
Golda Meier y Einstein, entre otros, tuvieron encendidas palabras de elogio hacia él y el rabino jefe de Roma se hizo católico, impresionado por la caridad del Papa hacia su pueblo.
Sin embargo, cuatro años después de su muerte, en 1962, una obra de teatro, “El vicario”, escrita con datos falsos suministrados por la KGB soviética -el Papa había decretado la excomunión a todos los italianos que votaran al partido comunista- fue el punto de partida de los ataques difamatorios contra él. La principal acusación era la de que no condenó públicamente el Holocausto, las matanzas de judíos en los campos de concentración nazis.
Según algunos historiadores, el Papa, que tanto estaba haciendo para salvar judíos, se había quedado muy impresionado por lo sucedido en los Países Bajos. Después de la ocupación nazi, en 1940, también allí se aplicaron las leyes anti semitas y miles de judíos fueron enviados a los campos de concentración. Entonces los obispos católicos protestaron y la consecuencia fue que la policía arrestó también a los pocos católicos de raza judía, entre ellos la monja carmelita Edith Stein, hoy Santa Teresa Benedicta.
El Papa tuvo miedo a que una protesta suya llevara a los nazis a sacar de los conventos italianos a los miles de refugiados judíos e incluso a violar la inmunidad del Estado Vaticano. Optó por un mal -guardar silencio ante el Holocausto- para evitar otro mal -la muerte de miles de personas-. Algunos no se lo han perdonado.
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Esta historia me ha venido a la memoria por lo que está sucediendo en Nicaragua, en Venezuela, en Cuba o en China, por poner algunos ejemplos. El caso de Nicaragua, con un obispo en prisión domiciliaria y el acoso sistemático a la Iglesia por parte del régimen comunista, es el más reciente.
En todos esos casos, el Papa guarda silencio, incluso cuando el propio nuncio en Nicaragua fue expulsado del país. Las críticas a Francisco por este silencio son durísimas y son muchos los católicos practicantes que se sienten abandonados por su pastor.
¿Podríamos estar ante un nuevo silencio del estilo del que protagonizó Pío XII? ¿Teme la diplomacia vaticana que una condena del Papa sólo sirva para recrudecer la persecución contra la Iglesia y por eso haya decidido guardar silencio? ¿O se trata, más bien, como dicen algunos, de la consecuencia de las simpatías políticas personales del Pontífice?
Es verdad que hay declaraciones del Papa que hacen sufrir a muchos, como cuando dijo en una entrevista que tenía una relación personal con Raúl Castro; aparte de la ambigüedad contenida en lo de “relación personal”, porque toda relación entre personas es personal, incluso las relaciones de odio, aquello fue innecesario.
¿Qué hubiera pasado si San Juan Pablo II hubiera dicho que tenía una “relación personal” con Pinochet? No la tenía, pero si la hubiera tenido y lo hubiera dicho, se lo habrían comido vivo.
Sin embargo, en el caso de Nicaragua o de las otras sangrientas dictaduras comunistas, hay que ser muy prudentes a la hora de emitir juicios de condena contra los protagonistas de las acciones que se juzgan.
¿Sabemos si ha sido consultada la Conferencia Episcopal de Nicaragua sobre si hay que denunciar o guardar silencio? ¿Fue consultada la Conferencia Episcopal venezolana, que con tanta valentía se enfrentó al régimen de Maduro? ¿Y si han sido ellos los que han pedido al Vaticano que sea prudente? Si hubiéramos estado en el lugar de Pío XII, ¿habríamos condenado el Holocausto, sabiendo que eso podría implicar la muerte de 700.000 personas?
Es muy fácil reclamar condenas cuando no eres tú el que se juega la vida, pero ¿qué opinan los curas nicaragüenses que podrían ser asesinados, o los venezolanos, o los cubanos?
Con esto no digo que el silencio vaticano sea lo correcto pues es posible que el Papa se esté equivocando. Sólo digo que hay que evitar juzgar cuando no se tienen todos los datos y, especialmente, cuando las situaciones son tan complejas que de nuestras decisiones depende la vida de muchas personas.
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P. Santiago Martín