Tylenol para un asesinato

En la pasarela de futuros secretarios de gabinete suelen verse figuras tan extrañas y deshumanizadas, que podrían germinar y agonizar en ella sin llegar a ver la luz del sol. El apego inexplicable del futuro secretario de Salud a su deslucido roquete abortivo puede ser un sentimiento menos enfermizo que el deseo superficial de una ama de casa que sueña con un traje Sastre.

Afirmar que México tiene las condiciones para aprobar la legalización del aborto en todo el país (Excélsior, 25/08/2018), no deja de ser una locura, tanto más excéntrica como declarar que en el mercado de valores vale más un celular que un ser humano.

Expresar que debe existir un proyecto de Estado que asegure que las mujeres que opten por asesinar a un ser humano inocente, lo hagan en condiciones médicas y sanitarias que garanticen su seguridad, no deja de ser un desatino tan problemático, como aplicar la pena de muerte en condiciones benéficas y saludables para el ejecutado. Porque cuando se trata de locura, parece que no hay límites para exterminar las vidas de los humanos más inocentes. Cuestión de enfoques, diría nuestro próximo secretario de Salud. Entre la línea que marca la ONU y el futuro del país, parece que el peso específico no es nuestra soberanía sino el imperio del vecino distante.

¿Qué tan cuerda es la propuesta? La conducta excéntrica siempre es una absurda exageración. Ninguno de nosotros es perfectamente cuerdo, ni perfectamente sano de cuerpo. Pero hay de cuerdos a cuerdos y de sanos a sanos.

La espeluznante naturalidad del proyecto hace huecas nuestras vanidades y las convierte en maliciosa autosatisfacción. Lo sobresaliente, la gran aportación, consiste en saber mezclar con tino los diversos ingredientes de la receta para un asesinato. Diminutas blanduras de conciencia combinadas con inocencia elefantiásica para ignorar nuestras invenciones de civilización. Como si fuera un logro más de la libertad.

En Nueva Zelanda, el Parlamento aprobó tres días de permiso laboral, pagado, para la madre después de un aborto espontáneo o cuando el bebé nazca muerto. El duelo es necesario cuando muere un ser querido. Bien haría el secretario de salud si acompañara su propuesta con un mes de salario para mitigar el dolor de haber asesinado a su propio hijo. El hijo no nacido es eso precisamente. No es el cuerpo de la madre, aunque dependa de la madre para nacer. El permiso pagado sería un modo de sacar a la luz el dolor que conlleva. ¿Se imagina las consecuencias laborales?

Polibio (s.II aC), historiador de renombre, interpela a sus contemporáneos la desatención de el pueblo que no quería crecer, uno de los textos más polémicos de Ikram Antaki, el cual se vuelve testimonio preciso para entender la cosmovisión actual.

Puede que los grandes visionarios que parecieron tan locos en su tiempo estuvieran en realidad frenéticos de impotente sensatez. ¿Por qué aniquilar un recurso renovable?

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Rubén Elizondo Sánchez

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