Educación con valores forma jóvenes para afrontar la vida

¿Por qué México es un país débil? ¿Acaso no podemos destacar como nación líder? ¡Claroque sí. Pero, entonces, ¿qué nos pasa?

La respuesta es compleja, pero existe un común denominador que impide ir hacia adelante: la futilidad, la vida sin sentido y la carencia de formación que afecta a un gran número de jóvenes, a tal grado que llegan a ser juguete de las circunstancias. Hoy en día, el ser útil, el dejar huella positiva, el aprovechar la vida como si fuera oro fino en servicio de los demás, brilla por su ausencia.

¿Qué nos pasa? Sin duda algo grave, y por lo tanto, es necesario eliminar su causa.

Existe consenso general entre la población de que la educación actual no se adecua a los requerimientos de los jóvenes, pues terminan una carrera y sin embago no están preparados para afrontar la vida con gallardía.

A falta de una acción de las autoridades educativas, que no debemos esperar, y dado que la educación en México es muy pobre en cuanto a los valores, la responsabilidad recae por entero en los padres de familia, quienes deben sentir vivamente el deber de educar personalmente a sus hijos, sin tratar de suplir la función de la escuela y de la universidad. La educación profunda que da sentido trascendente a la vida no la encontramos en la instrucción, que es lo que usualmente ofrecen las escuelas,:por lo queesta tarea recae principalmente en los progenitores.

Cuando los hijos aún son niños, el peso casi total de la educación debe llevarse en y desde la familia; cuando los niños atraviesan la adolescencia y la juventud, se presenta el hecho de nuevas necesidades de afecto, de experiencia, de prestigio, que la misma sociedad les va exigiendo y que se satisfacen fuera del hogar… precisamente en la escuela, en la universidad, participando en grupos juveniles, etc.

El adolescente comienza por descubrir su intimidad y tiende a exaltar su “yo”; por lo que dice y por lo que hace nos percatamos de un afán de independencia –que antes no tenía, desea sentirse responsable, se interesa por los valores más abstractos y espirituales, se manifiesta en él el sentido del honor, etc., que precisan encauzarse rectamente. El joven sufre cambios internos y debe readaptarse a la realidad. Resulta vital, para él recibir ayuda.

¿Quién le debe ayudar? En primr lugar, los padres, por supuesto, y luego los profesores… si son auténticos, porque su experiencia siempre es útil.

¿Cómo ayudar? ¿Qué actitudes asumir para ello? Los educadores las resumen en tres: respeto, aceptación y comprensión. En este punto la amistad juega un papel importantísimo, que implica una genuina colaboración entre el adolescente y el educador. De nada sirve una actitud arbitraria e impositiva, pues provocaría rebeldía. Antes bien, el educador debe comprender, lo que implica un esfuerzo por ponerse en el punto de vista del joven, ver las cosas exactamente como él las ve.

Sólo así se capta el modo de ser personal, lo propio de los problemas del otro.

Aceptar quiere decir considerar a cada uno como es y no como quisiésemos que debiera ser. Aceptarlo con sus aspiraciones y afanes, con sus preocupaciones y ansiedades, sus defectos y sus virtudes. Significa saber aceptar las cosas como hechos; no implica conceder el visto bueno o reprobar.

Respeto profundo y desinteresado a la libertad del adolescente. Conviene aconsejarle de modo que la aceptación de nuestra experiencia en ningún momento le disminuya su responsabilidad. La responsabilidad personal se desarrolla sólo en clima de sana disciplina.

Eliminar la disciplina –como sucede en tantas familias y centros de enseñanza causaría efectos desastrosos en los jóvenes: ¿Cómo aprenderán a respetar a los otros si no existen reglas? ¿Cómo comprenderían la exigencia que en el futuro les pedirá la sociedad? ¿Cómo crecerá su sentido de responsabilidad si carecen de las condiciones para lograrlo?

Cuando se olvida la disciplina y se deja todo a la espontaneidad personal –al capricho del momento, la persona se convierte en inútil: ¿Por qué eres débil?: Porque has cedido diez mil veces. Es así como se llega a ser juguete de las circunstancias. Tu mismo has llegado a darles fuerza, sin que ellas hayan sido la causa de tu debilidad.

El cauce adecuado sería cambiar a una actitud positiva, que les lleve a vivir los valores humanos de lealtad, responsabilidad, veracidad, laboriosidad, amistad, sentido del humor, alegría, etc.

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Gabriel Martínez Navarrete

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