Pornografía: Unos cuantos hacen tontos a miles
La pornografía sigue siendo un problema tan actual como la contaminación atmosférica que inunda con su apariencia viscosa la atmósfera de tantas ciudades. Es un hecho que, en los medios de comunicación, aún falta mucho para ganar la batalla contra la pornografía, sepulcro de la salud moral de tantos millones de personas, que habitualmente se revuelcan en el muladar de sus bajas pasiones.
Al respecto sería conveniente llegar a la tolerancia cero. No se trata de una utopía, aunque si, de una meta difícil y ardua, pero asequible para inteligencias limpias y voluntades inquebrantables ante lo que representa un ataque a la dignidad del hombre, creado a imagen y semejanza del Dios mil veces puro. Podemos, en este aspecto, llegar a la tolerancia cero, si penalizamos este hecho, tan aparentemente inofensivo, pero que es brutalmente contrario a una sana salud mental y espiritual.
Ciertamente es utópico movilizar a toda la policía del país para iniciar una quema de pornografía. Este no sería el camino para eliminar el lodo que encontramos en los quioscos. Sino que es preciso hacer efectiva la prohibición de publicar pornografía a las casas editoras, y obligar mediante alguna disposición jurídica que cambien el contenido de sus mensajes.
Por ejemplo, más negocio se puede hacer con una excelente revista que divierta sanamente, que instruya, forme y anime a superarse en cualquier aspecto, que vendiendo toneladas de cieno, explotando las bajas pasiones de muchos.
Nunca tan pocos hombres estuvieron en condiciones de embrutecer a tantos miles. Nunca las autoridades han demostrado tanta apatía y debilidad como ahora. Nunca tantos se han se han dejado engañar por unos cuantos mercantilistas del sexo. Nunca tantas personas se han sentido tan desprotegidas. Nunca tan pocos tan pocos se han enriquecido tanto con el dinero de los que han logrado embobar.
“Y volvió la puerca a revolcarse en el muladar”, dice el adagio. Es posible que quienes tuvieron por costumbre hacer pingües negocios con la pornografía, una vez que les hayan llamado atención, y prohibido mercantilizar las partes santas del sexo, vuelvan a las andadas: “al fin que la prohibición es pasajera”, –diría alguno-. Por ello es necesario penalizar la violación de los reglamentos que proscriben la pornografía, con penas proporcionadas que desanimen a quienes se dedican a este negocio, y les impidan continuar con sus actitudes nocivas contra la sociedad.
En este punto de custodiar la moralidad pública, no vemos por ningún sitio la fachada de energía y reciedumbre de que hace alarde el gobierno. Tenemos todos ganas de una acción decidida y vigorosa que ponga fin al mercantilismo pornográfico. Es sólo problema de sustitución, no de aniquilación.
Se trata de conseguir un cambio en buena parte de los medios de comunicación: en vez de que se ofrezcan a los ciudadanos doscientos gramos de cieno, se puede ofrecer al receptor doblones de oro en información y comentarios de calidad, y estos sobre muchos temas. ¡Es problema de un poco de creatividad y de querer hacer bien las cosas!
No queremos pensar, que en esto de velar por la genuinidad de los valores humanos, exista en el gobierno y en muchos ciudadanos sólo fachada y falta de carácter. Escribió el historiador Tácito que “las cosas que a los cobardes parecen imposibles, a los valientes se les hacen fáciles” y éstos alcanzan lo que pretenden en los términos en que desean. Ojalá que nuestro gobierno siempre se comporte a la altura del pueblo.
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Gabriel Martínez Navarrete