Urgen liderazgos decisivos como el de Winston Churchill

En estos tiempos de dramática ausencia de líderes en muchos países del mundo, y en particular en México, donde observamos la falta de liderazgos fuertes en los partidos de oposición de cara a las elecciones presidenciales de 2024, resulta de vital importancia recordar la figura de Winston Churchill (1874-1965), uno de los líderes más influyentes de la historia contemporánea.

Uno de los rasgos particulares de Churchill que lo dibujan como un gran líder fue la manera valiente y firme con la que hizo frente a los ataques de Adolfo Hitler cuando el Reino Unido de la Gran Bretaña se encontraba sin el apoyo de los países Aliados.

Adolfo Hitler había invadido Polonia en aquel trágico 1 de septiembre de 1939 y, a continuación, ordenó la llamada “Guerra Relámpago” (Blitzkrieg), invadiendo Dinamarca y Noruega (abril de 1940), Bélgica, los Países Bajos, Luxemburgo y Francia (mayo de 1940), Yugoslavia y Grecia (abril de 1941). A Gran Bretaña no la pudo derrotar por estar protegida por el Canal de la Mancha y la Marina Real Británica, por lo que Hitler decidió lanzar un demoledor ataque aéreo sobre Londres.

Winston Churchill ya esperaba esta reacción y había preparado muy bien a la Real Fuerza Aérea (RAF) para el tremendo combate por aire en la llamada “La Batalla de Inglaterra”.

Con su amplia experiencia militar, Churchill dirigió personalmente este enfrentamiento y, al final, los ingleses vencieron, propinándole la primera humillante derrota a Hitler, obligándolo así a dejar el Frente Occidental y abrir el Frente Oriental contra Rusia.

Con ese liderazgo auténtico y honesto que lo caracterizaba, Winston Churchill, después de cada bombardeo alemán sobre Londres, salía a las calles a brindar apoyo moral a su pueblo. Ofrecía atención médica a los heridos, ayuda alimenticia, nuevos albergues antiaéreos y, sobre todo, levantaba el ánimo de los ciudadanos, los cuales permanecían firmemente unidos a su líder.

En cierta ocasión, bajó al Metro londinense de forma inesperada, se subió a uno de los vagones para hacer una encuesta de primera mano a obreros, empleados, amas de casa y demás personas que viajaban en ese medio de transporte:

“- ¿Cómo debe de actuar Gran Bretaña frente al asedio aéreo alemán: rendirse o resistir?”

Cada uno de los pasajeros fue respondiendo, sin titubeos:

“- ¡Resistir! (…); ¡Dar la batalla! (…); ¡No acobardarse ante Hitler! (…); ¡Dar la vida en defensa de la Patria!…”

Una niña de unos doce años, que miraba la escena con atención, le respondió con determinación:

“- ¡Vencer o morir!, señor Churchill”.

Acto seguido, el Primer Ministro agradeció a los pasajeros sus valiosas aportaciones, se despidió amablemente y bajó en la siguiente estación del Metro, para dirigirse al Parlamento que ya lo esperaba.

Les comentó a los parlamentarios sobre la valiosa encuesta, donde además anotó los nombres y oficios de las personas que opinaron y de otras experiencias personales que había recabado por esos días. Y con este conocimiento fue que dio aquel inolvidable discurso en el que sus palabras finales fueron: “Sólo puedo ofrecerles sangre, sudor y lágrimas”, haciendo énfasis que había que resistir y dar la batalla ante los nazis, pero jamás rendirse. Al concluir su discurso, recibió la aprobación unánime y una prolongada ovación.

Queda así para la historia, y para ejemplo de muchos, la figura de Winston Churchill, sobre todo hoy en día en que se necesitan políticos auténticos, congruentes, honestos, con grandeza de miras, que busquen el bienestar y la paz de sus pueblos, no sólo en el discurso, sino en los hechos.

En el caso de México, es urgente realizar una introspección para darnos cuenta que la política es servicio, no un instrumento para hacerse del poder por el poder mismo, sino para alcanzar más nobles ideales que el sólo afán de enriquecerse a costa de la pobreza de millones de mexicanos.

¡No podemos acostumbrarnos al insoportable pisoteo de la dignidad humana! Es tiempo de que la sociedad, cada uno de los ciudadanos, asumamos la corresponsabilidad de enderezar el barco que está en riesgo de hundirse.
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Raúl Espinoza Aguilera

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