Coronavirus sería menos virulento de lo que dicen los gobiernos

Ryan McMaken
«Cortesía de la Biblioteca Ludwig von Mises»

Con base en afirmaciones tales como «¡La tasa de mortalidad de este virus es muy alta!» y «¡Hay muchos más casos de esto ahí fuera de los que sabemos!», los funcionarios del gobierno de Estados Unidos (igual que la mayoría de los gobiernos), están aprovechando la pandemia del coronavirus para implementar «confinamientos» que han forzado el cierre de negocios y la pérdida de millones de puestos de trabajo.

Por ejemplo, el 12 de marzo, la directora del Departamento de Salud de Ohio, Amy Acton, insistió en que «más de 100,000» personas «llevan este virus en Ohio hoy», y a partir de esta declaración, el estado comenzó a implementar órdenes de confinamiento de «quedarse en casa».

En ese momento, la Organización Mundial de la Salud (OMS), los medios de comunicación y otros informaron que entre el 2 y el 4 por ciento de las personas con COVID-19 morirían. Si tomamos la cifra baja del 2% y esperamos un período de dos semanas (de incubación) después del anuncio de Acton (suponiendo que el confinamiento fuera 100% efectivo y que ninguna persona adicional contrajera la enfermedad), dos mil habitantes de Ohio probablemente morirían a causa de COVID-19.  Pero hasta el 17 de abril, más de un mes después, y después de un mes de que la enfermedad se propagara a través de las tiendas de comestibles y otras áreas de comercio «esenciales», unos 418 habitantes de Ohio han muerto a causa del COVID-19.

Claramente, algo no tiene sentido.

Para aclarar esto, hay que decir que los investigadores médicos y los epidemiólogos afirman cada vez más que el virus COVID-19 se ha propagado mucho más rápidamente y que tiene una prevalencia mucho mayor de lo que se había supuesto durante mucho tiempo. Y si eso es cierto, entonces el porcentaje de personas con casos de COVID-19 que resultan en muerte es mucho menor de lo que se supone.

Cuando la gente dice «tasa de mortalidad» o «tasa de fatalidad» generalmente se refiere a la «tasa de fatalidad del caso» (CFR). Esto es simplemente el número de personas que mueren de una enfermedad dividido por el número de casos. Si hay 10.000 casos y 100 personas mueren a causa de la enfermedad, la CFR es del 1 por ciento. (Esto no debe confundirse con la «tasa de mortalidad», que es el número de muertes dividido por toda la población).

Para calcular el CFR con precisión tenemos que saber cuál es el número total de casos y también saber cuántas personas han muerto a causa de la enfermedad. Si el número total de casos es mayor de lo que pensamos, entonces la tasa de mortalidad es menor de lo que pensamos.

Contar el número de muertes ha sido mucho más fácil que contar el total de casos. Debido al «sesgo de gravedad», las personas que han presentado síntomas severos o han muerto han tenido muchas más probabilidades de someterse a la prueba del COVID-19 que las personas con pocos síntomas que nunca requirieron atención médica.

En otras palabras, los casos totales que suelen citar los políticos no son más que conjeturas descabelladas.

De hecho, muchos investigadores y otros observadores han afirmado que el número total de casos era considerablemente mayor que el que se conocía a partir de las pruebas.

Si el estudio de Santa Clara, California, o las estimaciones de los investigadores de Stanford Eran Bendavid y Jay Bhattacharya se aplican a la nación en general, entonces el conteo actual de 710,000 casos de COVID-19 en Estados Unidos es sólo una pequeña fracción del número total de personas con la enfermedad. El verdadero número de casos podría ser de 35 millones a 60 millones.

En una nación con un número tan grande de infectados, los esfuerzos para cerrar por la fuerza los negocios y dejar a millones de personas sin trabajo hasta que «no haya nuevos casos, ni muertes», como sugirió el burócrata federal de la salud Anthony Fauci, son absurdos. Es probable que este objetivo sea inalcanzable sin poner fin completamente a los viajes interestatales y destruir la economía de Estados Unidos durante un período de muchos meses, o posiblemente años.

En realidad, y desde el principio, ni la OMS ni los gobiernos nacionales han tenido nunca conocimiento del número de casos que hay, de la tasa de letalidad, ni de los medios, ni de la rapidez con que se propaga la enfermedad. Y sólo han citado cifras que se ajustaban a sus propósitos políticos: imponer cierres estrictos y otras medidas draconianas de política pública.
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