Covid-19 oculta violencia en México, denuncia Obispo de Apatzingán
El Covid-19 se alza como una cortina de humo, que hoy impide ver los demás virus que siguen flagelando a nuestros pueblos y matan más personas que el mismo coronavirus, pero ya no se ven estos crímenes, no son noticia, denuncia el Obispo de Apatzingán, Cristóbal Ascencio García, en su carta pastoral emitida el jueves 14 de mayo de 2020.
CARTA PASTORAL
A LOS SACERDOTES, A LAS RELIGIOSAS, A TODO EL PUEBLO DE DIOS DE ESTA QUERIDA DIÓCEIS DE APATZINGÁN, A LAS AUTORIDADES Y A TODAS LAS PERSONAS DE BUENA VOLUNTAD
Para todos mi deseo de salud, de paz y de vida en Cristo Resucitado.
Siento la necesidad de dirigir unas palabras a todos ustedes porque a este pueblo que me ha sido encomendado lo veo agobiado por la cruz de la pobreza y el flagelo de tantos virus letales, al verlo no dejo de pensar y experimentar algo de lo que experimentó Jesús, “Al ver a las multitudes Jesús se compadecía de ellas, porque estaban cansados y agobiados como ovejas sin pastor” (Mt. 19,36). Así veo y escucho a mi pueblo cansado, abandonado, confundido por tanta desinformación, o mejor dicho, información contradictoria en torno al Covid-19, que contagia y no existe vacuna alguna, parece que la única política es: «quédate en casa».
Como Pastor de esta Diócesis tengo la convicción de fe, de que Dios siempre nos acompaña y nunca nos abandona y también conozco, desde la escuela del Evangelio, que un pastor está entre sus ovejas y busca la mejor manera de resguardarlas de todo peligro; veo cómo la desinformación es un peligro que puede conducir al miedo.
Un solo virus ha bastado para unir al mundo. A los gobiernos de los países, nunca los había visto tan unidos; tan preocupados y ocupados. Me entristece sobremanera saber que hermanos enferman y mueren a causa del Covid-19 y ver a sus dolientes hundidos en el dolor, pero me alienta el ver tanto empeño de la sociedad encabezada por las autoridades para luchar contra ese virus letal.
Como Iglesia, porque sabemos que juntos lograremos cualquier objetivo, nos hemos unido en esa lucha no sólo orando al Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo, sino renunciando, con dolor, a algo que es tan importante para nuestra fe: El reunirnos presencialmente en la Asamblea Eucarística, para celebrar a Cristo y alimentarnos de su Palabra y de su Cuerpo y Sangre en la Sagrada Comunión. El reunirnos para fortalecer nuestra fe en los grupos y movimientos.
Este pueblo que hoy veo sufrir también por el virus Covid-19, creo que sufre más por otros virus, que se han venido añejando como son: la indiferencia, la corrupción, la inseguridad, la violencia, la impunidad, el cobro de piso, los secuestros, las pugnas de cárteles por los territorios, la quema de vehículos, etc. Son virus tan conocidos como forzosamente aceptados, pareciera que tampoco hay vacunas contra éstos. Las personas de esta diócesis siguen soportando el flagelo de esos virus letales que han sido opacados por políticas que los han ignorado.
El Covid-19 se alza como una cortina de humo, que hoy impide ver los demás virus que siguen flagelando a nuestros pueblos y matan más personas que el mismo coronavirus, pero ya no se ven estos crímenes, no son noticia. Deseo mencionar de manera concreta y puntual el virus de la violencia, consecuencia de una ambición desmedida de poder y de control del territorio, esto afecta a nuestra Diócesis desde hace mucho tiempo. Mi antecesor Mons. Miguel Patiño, que en paz descanse, lo denunció en varias ocasiones; yo lo he externado en distintas cartas, pero por desgracia nunca he visto una respuesta eficiente. Moviéndome el deseo ferviente de tocar, con el toque del Espíritu Santo, el corazón de todos, quiero, conmovido, expresar el dolor de ver a mucha gente luchar por sobrevivir. ¿Cómo dejar de hablar al ver los bloqueos y la múltiple quema de vehículos por las carreteras, hace unos días en Cuatro Caminos y Gámbara?. ¿Cómo no señalar lo que sucedió en El Aguaje hace unas semanas: 13 policías acribillados?. Y ahí mismo ahora, llevan más de un mes sufriendo las balaceras entre los grupos casi a diario. Y esto muchas veces sucedió en la Comunidad de Dos Aguas. Hace 20 días un multihomicidio en el Rancho de La Huerta, Municipio de Aguililla; se habla de 18 o más personas asesinadas, desde luego, personas de los mismos grupos armados, pero son hermanos nuestros y las familias de esa comunidad desplazadas, saliendo de noche y a pie por entre el cerro, sólo quedando una casa habitada por dos hermanas mayores de 70 años, ya que ellas no podían salir caminando. Estuve ahí hace 13 días y pude ser testigo del saqueo y experimentar parte de la desolación de ese pueblo que por hoy no está en su comunidad. Veo al pueblo de Aguililla, cabecera municipal, pueblo grande y muy bonito, que va quedando cada vez con menos familias, contemplo a este pueblo que va siendo estrangulado porque desde hace años la gasolinera no funciona porque hay grupos que no permiten que pase la pipa con gasolina; y últimamente tampoco pueden llegar las camionetas que surten los tanques de gas, sólo pueden entrar las pipas para surtir el gas, pero ¿cuántas personas tienen tanque estacionario y cuántas personas sólo su tanque de pocos kilos de gas? ¿Y habría qué ver si otros surtidores de productos básicos puedan llegar sin problema a aquella población?
¿Cómo pasar por alto lo acontecido estos días en Coalcomán? 18 personas levantadas, tenemos noticias de que algunos regresaron, a otros ya se les celebraron exequias y algunos siguen desaparecidos. Me pregunto también: ¿Será posible que dejemos morir nuestros pueblos por estrangulamiento de virus letal o será suficiente el preocuparnos por el Covid-19?
Hermanos, estamos viviendo tiempos difíciles, tiempos de conflicto, de incertidumbre, de dolor, de pena y de desaliento. Las autoridades se perciben rebasadas por la situación. El crimen organizado como dueño del territorio, gobernando a través del miedo y del despojo, de la amenaza y de las balas. La población asediada, acorralada, resignada y sin esperanza. Hay dolor palpable en las personas que han tenido que abandonar sus lugares, sus pueblos, los que han sido desplazados, los injustamente despojados, los torturados, los desaparecidos y sus familias silenciadas, tras amenaza de sufrir el mismo destino. Mientras los cárteles se pelean, a precio de sangre el territorio, los habitantes sufren viviendo entre lluvia de fuego y de miedo, sin saber a ciencia cierta qué grupo es el mejor o quién finalmente ganará para seguir infligiendo el mismo yugo, el miedo y la extracción, el cobro de piso, el robo a claro día sin que nadie haga nada por defender a la víctima de tal pillaje. Al pueblo lo percibo abandonado a su suerte, como ciervo herido entre hienas, con la impotencia en las manos y el amargo sabor de la injusticia en los labios. Creo que sólo estando aquí, se logrará entender el por qué por más miedo que se intenta hacer llegar a las mentes y a los corazones por la pandemia del Covid-19, en esta tierra no se ha logrado tanto ese objetivo porque aquí se vive en una situación de riesgo constante, de tal modo que, el «quédate en casa» se ha vivido y se vive de una manera muy relativa.
Ante todo esto me pregunto y les pregunto a todos: ¿Qué debemos hacer para sin permitir el avance de la cortina de humo del Covid-19, podamos erradicar todos esos virus que se han arraigado en nuestros pueblos? ¿A qué tenemos que renunciar? Estoy convencido que aún más que en la lucha contra el Covid-19, para eliminar estos virus sociales, nos necesitamos todos, sólo juntos con Cristo a la cabeza lograremos cualquier objetivo, porque Cristo Resucitado proporciona al mundo el remedio que necesita.
Hermanas religiosas, hermanos sacerdotes, hemos sido consagrados y ordenados para estar con Jesús y difundir su Evangelio allí donde nos encontramos. Hoy más que nunca, hemos de ser agentes de esperanza, de anuncio de la Buena Noticia del Evangelio de la vida, de la paz, de la reconciliación, en un ambiente contaminado por el miedo a los diferentes virus en la sociedad. Jesús tuvo una preocupación especial por los enfermos, Él no temía contaminarse, hizo lo que estuvo a su alcance para que los demás tuvieran una vida digna. Recordemos las palabras de Jesús: “El que quiera salvar su vida la perderá, pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará” (Mt. 8,35). Hermanos, no tengamos miedo de entregar la vida en el día a día al servicio del Evangelio, al servicio de los demás, sobre todo de los más necesitados, al servicio de los enfermos. La esperanza es más fuerte que el miedo, quitemos el miedo que nos paraliza y nos lleva a encerrarnos en nosotros mismos y difundamos la esperanza, el optimismo, el amor. Les agradezco sacerdotes, religiosas las iniciativas que están teniendo y que tendrán para anunciar el Evangelio en este tiempo de pandemia y difundirlo siempre, porque la Palabra de Dios da vida a quien la anuncia y a quien la recibe como Buena Noticia. Ruego a Dios por cada uno de ustedes, que el Señor les conceda seguir gozando su generosa entrega en bien de los demás.
Además del saludo que ya les dirigí, me atrevo a hacer un llamado a las autoridades de los tres niveles de gobierno: Les invito a que no olviden que el pueblo les eligió para ser servidores del mismo y cuánto deseo que su servicio en estos momentos de crisis sanitaria radique en buscar estrategias en bien de la población en general porque toda vida es digna de ser cuidada desde el momento de la concepción hasta el momento de la muerte natural. En nombre de este pueblo les suplico que así como se le está poniendo empeño a erradicar esta pandemia, así o más se tomara la decisión firme de erradicar los demás virus sociales que no podemos negar matan más personas que el Covid-19. Pido a Dios encuentren políticas para que todos podamos vivir con dignidad, sintiéndonos libres y seguros, donde existan posibilidades de crecimiento en todos los sentidos. Sin lugar a dudas, para erradicar los virus que he mencionado, que oprimen, asfixian y quitan la vida a muchas personas, el servicio transparente de la autoridad es indispensable. Les animo para que con fidelidad al pueblo que les ha elegido cumplan la encomienda que les ha hecho. Dios les bendiga.
Hermanos laicos y personas de buena voluntad, mostremos que somos hermanos, que nos preocupamos y ocupamos unos de los otros, en los tiempos de prueba como estamos ahora, nos guíe nuestra fe que ha de mostrarse en la vivencia de la caridad.
Aunque la muerte biológica es un elemento más de la vida, sabemos que somos peregrinos en este mundo, nos encaminamos al encuentro de nuestro Dios; para este encuentro definitivo tenemos que pasar necesariamente por la muerte. La vida nuestra y la de los demás, como don precioso de Dios hemos de cuidarla, por eso quiero rogarles que nunca apoyemos las acciones de delito que van contra el bien común y contra la vida de los demás. Apoyemos a las autoridades, confiemos en que siempre buscarán el bien de todos; apoyémosles cuando realizan sus deberes para establecer el orden, no obstruyamos sino facilitemos su acción que redundará en favor de todas las personas; apoyemos, siendo personas de paz, toda iniciativa que sea a favor de la reconciliación y de la paz en la justicia.
No puedo dejar de dirigir una palabra a quienes dirigen o ejecutan las acciones del crimen o cualquier acción delictiva. Pido a Dios que abra los ojos de su corazón y que vean que ese camino no es vida ni para ustedes, ni para sus familias y menos para la sociedad. El Señor que les abrirá los ojos, si ustedes le permiten, les dará también la fuerza de voluntad para cambiar su vida. Jesús que quiere salvarnos a todos, nos dice: “Yo he venido al mundo como luz, para que todo el que crea en mí no siga en las tinieblas. Porque no he venido al mundo para condenar al mundo sino para salvarlo” (Jn. 12,46-47). Porque la paz en la reconciliación de la justicia es obra de todos. Dejen de hacer el mal, conviértanse a hacer el bien.
A todos ustedes, a quienes dirijo esta carta, quiero decirles que, con la paz en la justicia todos saldremos ganando, en cambio con la violencia todos perdemos. Todos vamos en la misma barca y el bien sólo será posible, si nos hacemos corresponsables del bien de los demás. Tengamos en cuenta que en nuestros esfuerzos y trabajos por la paz: “Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza, poderoso defensor en el peligro. El Señor de los ejércitos está con nosotros, nuestro alcázar es el Dios de Jacob” (Sal. 45).
Mi gran anhelo es que seamos artesanos de paz y de vida y no generadores de violencia y muerte.
Les bendigo y reflexionemos en este canto que nos sostiene en la esperanza:
“Lucharon vida y muerte en singular batalla, y muerto el que es la Vida, triunfante se levanta” (secuencia de Pascua).
+Cristóbal Ascencio García
Obispo de Apatzingán
+Pbro. Carlos Alberto Ayala García
Secretario Canciller
Apatzingán, Mich., a 14 de mayo de 2020
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